La cortesía y la urbanidad contribuyen a la buena comunicación. Los hijos deben aprender a ser corteses, y los padres deben darles el ejemplo tanto por el modo en que ellos mismos se comunican con los niños como de otras maneras. Va a ser necesario dar reprensión, y debe darse cuando se le precise, aun con severidad. Sin embargo, si siempre que los niños hablan se les interrumpe, o se les corrige de continuo o, peor, si el padre o la madre los menosprecian y hasta los ridiculizan, es muy probable que se conviertan en individuos reservados... o quizás vayan a otra persona cuando quieran hablar. Mientras más años cumpla el hijo o la hija, más cierto va haciéndose esto. ¿Por qué no hace usted lo siguiente: al fin de este día dedique algún tiempo a repasar las conversaciones que haya tenido con su hijo o hija, y luego pregúntese: ¿Cuántas veces dije algo que expresara aprecio, estímulo, encomio o alabanza? Por otra parte, cuántas veces dije algo que diera a entender lo contrario, que tendiera a ‘rebajarlo o rebajarla,’ que sugiriera desagrado, irritación o exasperación? Tal vez le sorprenda lo que su repaso le revele.
lunes, 11 de agosto de 2014
Urbanidad y buenos modales en la familia (De hijos a padres)
En algunos países se suele decir que “a los niños se les debe ver y no oír.” Cierto... a veces. Pero los niños anhelan atención, y los padres deben guardarse de sofocar la libre expresión innecesariamente. No espere que un niñito responda a las experiencias de la misma manera que lo hace un adulto. El adulto ve un acontecimiento individual como simplemente parte del extenso panorama de la vida. El niño puede excitarse mucho y estar tan completamente absorto en algún asunto de interés inmediato que se olvide de casi toda otra cosa. Pudiera suceder que un niñito irrumpiera en la habitación y empezara a relatar excitadamente algún acontecimiento a su padre o madre. Si el padre o la madre le cortan la palabra al niño diciendo en tono irritado: “¡Cálmate!” o expresan ira de alguna otra manera, el entusiasmo del niño puede quedar ahogado. Tal vez no parezca que la charla de los niños comunique mucho. Pero si usted anima a sus hijos a dar expresión natural a su pensar y sentir, tal vez evite que más tarde en la vida retengan para sí cosas que usted no solo desee saber, sino también necesite conocer.
La cortesía y la urbanidad contribuyen a la buena comunicación. Los hijos deben aprender a ser corteses, y los padres deben darles el ejemplo tanto por el modo en que ellos mismos se comunican con los niños como de otras maneras. Va a ser necesario dar reprensión, y debe darse cuando se le precise, aun con severidad. Sin embargo, si siempre que los niños hablan se les interrumpe, o se les corrige de continuo o, peor, si el padre o la madre los menosprecian y hasta los ridiculizan, es muy probable que se conviertan en individuos reservados... o quizás vayan a otra persona cuando quieran hablar. Mientras más años cumpla el hijo o la hija, más cierto va haciéndose esto. ¿Por qué no hace usted lo siguiente: al fin de este día dedique algún tiempo a repasar las conversaciones que haya tenido con su hijo o hija, y luego pregúntese: ¿Cuántas veces dije algo que expresara aprecio, estímulo, encomio o alabanza? Por otra parte, cuántas veces dije algo que diera a entender lo contrario, que tendiera a ‘rebajarlo o rebajarla,’ que sugiriera desagrado, irritación o exasperación? Tal vez le sorprenda lo que su repaso le revele.
La cortesía y la urbanidad contribuyen a la buena comunicación. Los hijos deben aprender a ser corteses, y los padres deben darles el ejemplo tanto por el modo en que ellos mismos se comunican con los niños como de otras maneras. Va a ser necesario dar reprensión, y debe darse cuando se le precise, aun con severidad. Sin embargo, si siempre que los niños hablan se les interrumpe, o se les corrige de continuo o, peor, si el padre o la madre los menosprecian y hasta los ridiculizan, es muy probable que se conviertan en individuos reservados... o quizás vayan a otra persona cuando quieran hablar. Mientras más años cumpla el hijo o la hija, más cierto va haciéndose esto. ¿Por qué no hace usted lo siguiente: al fin de este día dedique algún tiempo a repasar las conversaciones que haya tenido con su hijo o hija, y luego pregúntese: ¿Cuántas veces dije algo que expresara aprecio, estímulo, encomio o alabanza? Por otra parte, cuántas veces dije algo que diera a entender lo contrario, que tendiera a ‘rebajarlo o rebajarla,’ que sugiriera desagrado, irritación o exasperación? Tal vez le sorprenda lo que su repaso le revele.
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